“Haz lo que amas y no pares hasta que obtengas lo que amas. Trabaja tan duro como puedas, imagina inmensidades (…) no pierdas el tiempo. Empezar ahora. No dentro de 20 años, ni dentro de dos semanas. Ahora.”
¿Vivir con incertidumbre?,¿abrazar lo desconocido?, ¿permitir el “no saber” en nuestra vida? Son propuestas que, en un principio y sin mayor reflexión, parecen arriesgadas. Y más cuando te han educado en abrazar lo conocido (“más vale lo bueno conocido que lo malo por conocer”), en focalizarte en aquello que te genera certidumbre y en evitar por todos los medios que alguien descubra que “no sabes” sobre alguna materia que supuestamente deberías conocer…
Releyendo otra vez la frase y parándome a analizar cada palabra detenidamente, me di cuenta de que si sólo abrazas lo que conoces y no te arriesgas ni un poquito a luchar por aquello que deseas, es decir, si no sales de tu zona de confort, quizá te queden muchas cosas en el camino por descubrir y aprender y, lo más importante, te queden muchas cosas por descubrir y aprender sobre ti.
Una persona que cree en sí misma y en sus capacidades en desarrollo, que se atreve a cruzar esa línea que separa lo familiar de lo desconocido para adentrarse en un mundo totalmente nuevo y ve oportunidades donde otros ven temores o riesgos, sí o sí, debe poseer lo que la doctora Carol Dweck llama una “mentalidad de crecimiento”, la cual es imprescindible cultivar para poder hacer realidad nuestro potencial humano.
Aquellas personas que desarrollan este tipo de mentalidad prosperan con el desafío y ven el fracaso no como una evidencia de falta de inteligencia sino como una oportunidad para el crecimiento, dejando de lado aquellas creencias que intentan justificar que lo innato es fijo e inalterable y que gana por goleada a todo aquello que se pueda conseguir a través del esfuerzo, el trabajo y la práctica deliberada.
Es una cuestión de actitud. La pasión por esforzarse y mantenerse, incluso cuando las cosas no andan bien, es el sello distintivo de la “mentalidad de crecimiento”.
La doctora Carol Dweck, prestigiosa investigadora y referente internacional en educación, afirma que: “es de vital importancia que nuestros hijos aprendan con una mentalidad de crecimiento en el mundo de hoy, donde necesitamos niños que amen los desafíos y la incertidumbre y que no se sientan superados”.
Diversos estudios demuestran lo importante que es enseñar a nuestros niños y niñas la lección de la “mentalidad de crecimiento”. Se ha comprobado que aquellos jóvenes a los que se les mostró cómo su cerebro funcionaba obtenían mejores resultados según avanzaba su aprendizaje. Y, por el contrario, aquellos alumnos que no fueron instruidos en esta materia obtuvieron resultados cada vez peores.
Por lo tanto, podemos decir que considerar las habilidades como fijas o modificables tiene un profundo impacto en muchas áreas de la vida de una persona, especialmente en la motivación de los niños y profesores.
Entonces, ¿podemos los padres y educadores, realmente, cambiar la mentalidad de nuestros estudiantes? ¿Podemos fomentar una mentalidad de crecimiento?
En primer lugar, podemos y debemos mostrarles que las neuronas de sus cerebros crean vínculos nuevos y más fuertes cada vez que salen de su zona de confort para aprender nuevos y difíciles conocimientos y, a pesar de los errores cometidos, continúan avanzando en su aprendizaje y desempeño. Esto les permitirá ser más inteligentes y capaces y, así, conseguir su objetivos.
En segundo lugar, para educar en este mundo de crecimiento y oportunidades es necesario, antes de nada, redefinir las palabras fracaso y esfuerzo porque se suelen equiparar a falta de inteligencia o de talento.
Pues bien, démosle una vuelta de tuerca y digamos, por un lado, que el fracaso, como aprendices que somos, es una oportunidad de aprender y mejorar en el desempeño de una actividad o materia y sólo nos indica un “todavía no estoy preparado”, “debo seguir intentándolo”, “estoy en proceso de aprendizaje”.
Y, por otro lado, debemos ser capaces de ver el esfuerzo como aquello que nos conduce a ser más talentosos e inteligentes.
Otra cosa a tener en cuenta por parte de los adultos es que debemos tener especial cuidado cuando ensalzamos la capacidad, inteligencia o talento de los niños en lugar de elogiar con sabiduría su esfuerzo. Hay que aplaudir el proceso en el cual el niño se involucra, sus esfuerzos, sus estrategias, su enfoque, su perseverancia, su progreso.
Alabando el proceso creamos niños fuertes y resilientes. Así, ante problemas realmente difíciles, responderán con más esfuerzo, más compromiso, más estrategias y mayor perseverancia. Premiar el “todavía no…” frente a la “tiranía del ahora o nunca”.
De estas dos mentalidades, que manifestamos desde una edad muy temprana, surge gran parte de nuestro comportamiento, nuestra relación con el éxito y el fracaso en contextos tanto profesionales como personales y, en última instancia, nuestra capacidad de felicidad.
Por lo tanto, ahora que sabemos que las habilidades se pueden desarrollar y mejorar, promovamos que nuestros hijos y alumnos cultiven una mentalidad de crecimiento para que puedan explorar todo su potencial y obtener sus frutos en cualquier ámbito de su vida.
Yo Soy #inteligente-menteFeliz