En más de una ocasión, me he encontrado en medio de conversaciones con amigos en las que llegamos a la conclusión de que una caja de cartón y un pequeño palo a modo de baqueta producen más satisfacción a nuestro hijo que el juguete guardado en su interior, el cual hemos elegido con toda nuestra ilusión y cariño. A los adultos, esta elección, nos puede parecer un sin sentido pero tiene su explicación.
Leyendo un artículo de los profesores Marta Portero y David Bueno titulado “El placer de aprender” he podido dar respuesta, desde una perspectiva científica, a la pregunta que muchos padres y madres nos hacemos: “¿por qué mi hijo elige jugar con la caja que envuelve al regalo en lugar de hacerlo con el propio regalo?
Después de leer este artículo y entender el por qué de tal comportamiento, siento la necesidad de compartirlo con vosotros. A través de mis palabras voy a intentar explicar qué es lo que les lleva a hacer esta elección y qué mecanismos biológicos se esconden detrás de este comportamiento tan curioso para el adulto.
¿Por qué nosotros simplemente vemos una caja vacía donde ellos ven un mundo de infinitas posibilidades?
Vamos a empezar por un poquito de biología. Una cualidad innata y primordial de nuestro cerebro es la de aprender, la cual nos permite adaptarnos al entorno y responder a sus demandas de la mejor manera posible para nuestro bienestar. Este hecho nos permite evolucionar como especie. Podemos decir, entonces, que el ser humano nace programado para aprender.
Por otro lado, nuestro cerebro disfruta aprendiendo: superando retos, resolviendo “situaciones críticas”, poniendo a prueba la creatividad y la imaginación, explorando entornos nuevos, etc. Nacemos dotados de la capacidad de sentir placer a la vez que aprendemos, especialmente a través de aquellas conductas que repetidas en el tiempo nos permiten sobrevivir -objetivo principal de nuestro cerebro-.
La naturaleza se ha encargado de vincular el placer con determinados comportamientos para que sintamos la necesidad de repetir ese patrón de conducta tantas veces como sea necesario con una finalidad meramente evolutiva.
Por lo tanto, el cerebro está programado para aprender durante toda la vida y disfruta haciéndolo.
Si lo piensas bien, hay ciertas conductas básicas que garantizan nuestra supervivencia y es por ese motivo que las repetimos constantemente, y en cierta manera, al hacerlas obtenemos una sensación de bienestar que nos reconforta:
Podemos hablar entonces de un placer físico (comer y aparearnos), de un placer emocional (al estar con otras personas, compartir y disfrutar juntos, colaborar) y un placer intelectual (aprender algo nuevo, resolver problemas, afrontar retos, crear cosas nuevas).
Y tú me dirás: “muy bien, Rosa, aprender resulta placentero por naturaleza pero ¿qué tiene que ver esto con que mi hijo prefiera jugar con una caja de cartón vacía?
Dentro de este placer intelectual se encuentra la respuesta a mi pregunta inicial. Los niños prefieren jugar con la caja vacía porque les permite experimentar a su manera y sin reglas establecidas, obteniendo un aprendizaje más intenso, porque es producto de su propia creación e iniciativa.
Su cerebro de por sí siente la necesidad de aprender del entorno que le rodea. Es algo natural y necesario para el cerebro del niño que está en pleno desarrollo neuronal y se encuentra en un momento más que óptimo para adquirir determinadas habilidades y destrezas.
Esa caja no deja de ser un objeto desestructurado que puede convertirse en lo que el niño o la niña desee. El poder de la imaginación a esta edad es ilimitado y los elementos poco definidos la activan como ningún otro.
Este juego libre con la caja vacía provoca en el niño una satisfacción sin igual, promueve su confianza y le garantiza un éxito seguro de aprendizaje (ya que es él el que pone las normas y genera sus propias creaciones). Al aprender se activan los circuitos del placer en el cerebro y eso es lo que motiva que el niño quiera seguir jugando bajo su propia elección, ritmo y deseo.
Al fin y al cabo, un juguete ya trae consigo sus propias normas, diseño, objetivos y resultados. Por eso, ese nuevo juguete, tarde o temprano, puede acabar en abandono y resultar falto de interés.
Por lo tanto, por puro placer intelectual nuestro hijo va a querer divertirse, experimentar y realizar su propio juego con la caja vacía antes que hacerlo con el juguete que muy probablemente hayamos elegido con toda la mejor intención del mundo.
Este aprendizaje placentero, experimentando y manipulando “cosas nuevas”, forma parte de su “kit de supervivencia”-así lo definen los autores del artículo “El placer de aprender”- dado que les capacita para practicar razonamientos, adquirir habilidades cognitivas y destrezas que pueden resultarles imprescindibles durante la vida adulta.
Es decir, el deseo innato por aprender de su cerebro es lo que le lleva a preferir una opción antes que otra, ya que la opción elegida le reporta más beneficios y ventajas, en términos evolutivos, que la opción del juguete que es mucho más limitada en cuanto a desarrollo de habilidades para la vida.
De hecho el juego, especialmente a la edad de pre-escolar, es la manera instintiva de adquirir conocimiento y aprender cosas nuevas (así lo ha determinado la naturaleza para garantizar nuestra supervivencia).
Por lo tanto, jugar con esa caja vacía activa los circuitos de recompensa -placer intelectual-, que fomentarán la realización de acciones productivas para su desarrollo, que le van a ayudar a crecer, ser más autónomo, a reforzar su autoestima, etc. es decir, a sobrevivir en su entorno, adquiriendo ciertas habilidades que serán necesarias para la vida.
Además, el aprendizaje que obtiene al jugar libremente, es mucho más intenso ya que surge del propio niño, motivado por su propia curiosidad e intereses (punto de partida de cualquier aprendizaje) que le impulsa a investigar y a explorar el entorno de maneras nuevas y originales.
Que nuestro pequeño juegue con la caja de cartón que envolvía ese regalo, elegido con tanto cariño por nuestra parte, es señal de un sano desarrollo infantil.
Después de leer estas palabras, quizás ahora en lugar de ver simplemente una caja de cartón, verás una fuente inagotable de conocimiento que tu hijo aprovechará de manera innata porque así lo ha determinado su naturaleza.
Estas características son propias del cerebro infantil y permanecen también en la edad adulta. Solo tenemos que permitir que fluyan de nosotros y no limitarnos frente al deseo irrefrenable de aprender, por creer que ya somos demasiado mayores para “jugar con una caja de cartón vacía”.
Cuánto más usas tu cerebro, menos se gasta.
Gracias por estar ahí.